El que fue a Sevilla…
En 1460, Alonso de Fonseca y Ulloa, arzobispo de Sevilla, logra por sus influencias en el reinado de Enrique IV de Castilla y una propuesta al Papa Pío II, que su sombrino-nieto Alfonso de Fonseca y Acevedo sea nombrado Arzobispo de la ciudad de Santiago de Compostela, tras la muerte de Rodrigo de Luna, quien detentaba esa responsabilidad.
El tio-abuelo, viaja al citado lugar en 1465, con el propósito de resolver algunos asuntos que impedían la consumación del nombramiento y deja en sustitución transitoria a su pariente en el arzobispado de Sevilla, pero el asunto casi le tomó cinco años de ausencia y al tratar de volver a instalarse en su puesto, se encontró con un grave problema.
En cuestión el sobrino-nieto se negó rotundamente a entregarle el arzobispado y Alonso de Fonseca y Ulloa se vió en la necesidad de recuperarlo por la fuerza de las armas, en una acción que motivó la intervención del Rey Enrique IV y una bula del Papado Romano, respondiendo a la legitimidad absoluta del reclamo.
Este serio conflicto de la España feudal de índole religioso es el origen de una frase popular de amplia difusión en la totalidad de los países hispanoparlantes, y que a muchos resulta simpática y recurrente en situaciones dadas a la perdida por descuido de una condición determinada o un sitio muy apreciado.
La alocución debió ser: El que “se” fue de Sevilla perdió su silla, pero llega a nuestros días como El que fue “a” Sevilla, perdió su silla, aunque muchos pueblos han cambiado el nombre de la localidad. Tal es el caso de “El que fue a Melipilla, perdió su silla” “El que fue a Japón, perdió el sillón”o “El que se va pa’ Aguadilla, pierde su silla”.