Un tsunami no es otra cosa que un maremoto y la utilización del término que literalmente significa en idioma japonés “ola de puerto” comenzó a generalizarse por los corresponsales angloparlantes al reseñar un fenómeno de ese tipo, ocurrido el 25 de abril de 2004, en Tailandia, en el Sudeste Asíatico, que causó más de 300 mil victimas.
El hecho es que en inglés no existe la palabra correcta para demóminar un evento metereológico de tal magnitud, que involucra una indeterminada cantidad de olas de gran energía y tamaño variable, por lo tanto el empleo en el español de Cervantes del vocablo tsunami resulta totalmente erroneo, a pesar de su uso actual.
Los medios de comunicación de todo el mundo, incluso los de habla hispana manejan el vocablo tsunami y aunque quizá no esté oficialmente aprobado, ya forma parte de la lengua inglesa y amenaza con desplazar el verdadero nombre de maremoto, un suceso que se deriva de un terremoto en las profundidas marinas.
En resumidas cuentas cualquiera que sea su nombre la inminencia de esa catastrofe natural se cierne sobre los habitantes de sitios cercanos a las costas y sus antecendentes se remontan al Océano Índico dos mil 800 años atrás, según evidencias recogidas por investigadores de la Universidad norteamericana de Washington.
Ahora se conoce que sismólogos del Instituto Tecnológico de Georgia, en Estados Unidos diseñaron un sistema de alerta, a partir de algoritmos, que permite determinar en sólo 10 minutos, si un terromoto bajo el mar provocará o no un tsunami o maremoto, como quieran llamarle, para inmediatamente avisar a los moradores de las costas.
El cambio climático afecta a la atmosfera, la corteza terrestre y a los Océanos, en cuyo interior el peligro se acrecenta, por la posibilidad de deslizamiento de tierras submarinas, pero lamentablemente la comunidad política desconoce que el hombre es el responsable de esto males y que sólo el hombre podrá salvar a la humanidad.
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