Los primeros emigrantes llegados a Cuba desde Yucatán arribaron a fines del siglo 18 y se refugiaron en areas, de la Llanura Habana Matanza, huyendo de la reconcentración impuesta en zonas rurales por el general español Valeriano Weyler, Marqués de Tenerife, durante la guerra de independencia de la isla.
Esas personas, desposeidas y errantes trabajaron como semiesclavos en labores agrícolas, entre ellas el corte de caña y se asentaron en Charco Hondo, Valles de Picadura y en la cima de la Cordillera del Grillo, en cuyas estribaciones aún residen algunos núcleos familiares de ascendencia yucatateca, fieles a sus costumbres y tradiciones.
Los habitantes de este sitio, ubicado en el hoy municipio habanero de Madruga, conservan rasgos físicos y estereotipos de conducta propios de los indigenas traídos de Yucatán desde 1848 hasta 1861, en el contexto de un acontecimiento histórico directamente vinculado con la llamada Guerra de las Cestas(1821-1910)
La primera partida de 140 prisioneros data exactamente de 1849, en virtud de un decreto del Gobernador de Yucatán Miguel Barbachano, que disponía que todo indio capturado con las armas en la mano, podía ser expulsado de sus propiedades e incluso enviado a otros territorios fuera de la región.
En cuestión, el mencionado conglomerado humano mantuvo durante mucho tiempo relaciones de parentesco, al casarse entre si y seguían distinguiendose del resto de la población cubana por el intenso color negro, rígido y duro de su pelo y la coloración de la piel, así como su forma de hablar, entre otras peculiaridades.
Los datos tomados de un proyecto investigativo del especialista cubano Ramón Artiles, plantean que este grupo social, persiste en mantenerse aislado del resto de los habitantes de la nación caribeña y como elemento significativo muchos de ellos conservan sus apellidos por línea paterna, entre los que figuran; Chusco, Nagua, Che y Juson.
Otros se integraron de manera natural a las transformaciones sociales y económicas de la Cuba de hoy y el acelerado proceso de mestizaje influyó de forma determinante y paulatina en la degeneración de las minorías yucatecas en la mayor de las Antillas y en la actualidad son muy pocos los que resultan ajenos a esa realidad.
Ahora la comunidad yucateca radicada en un apartado y agreste paraje de la Cordillera del Grillo, en Madruga, distante unos 70 kilómetros al noreste de la capital cubana, llega a nuestros días como la única de su tipo en el país, aunque cuenta con una población muy reducida y está condenada a extinguirse.