La capital cubana inauguró la era de la cocaína, 30 años antes de llegar a Estados Unidos.
La mafia que nació en los Estados Unidos había extendido sus tentáculos a Cuba a principios de 1920, traficando ron y otras bebidas alcohólicas durante la Ley Seca, pero la creación de un imperio criminal como tal comenzó a finales de 1933,
Los primeros contactos con ese propósito fueron hechos entre el recién ascendido coronel del Ejército Fulgencio Batista y el financista de la organización el judío Meyer Lansky, por orden directa del gran padrino Charles “Lucky” Luciano.
El jefe mafiosos venía utilizando a la isla caribeña como punto intermedio entre las fuentes abastecedoras de la heroína y los mercados consumidores de Norteamérica y el representante en La Habana de estos canales era el corso Amleto Battisti y Lora.
En la década del 30 este hombre, aceptado como un prestigioso hombre de negocios, se codeaba hasta con el presidente de la República, y a pesar que ya eran notorias sus actividades mafiosas alcanzó inmunidad parlamentaria por el Partido Liberal.
Si la droga llegaba a la capital cubana, virtualmente se encontraba en los Estados Unidos, a través de un intenso tráfico marítimo y los aeropuertos militares, así como pistas particulares, pertenecientes a los jerarcas de las cúpulas político-militares.
La mafia norteamericana fue la que desató sobre Cuba la era de la cocaína, treinta años antes de que esa droga se popularizara en los Estados Unidos, bajo la supervisión de cuatro familias y con la complacencia de los gobiernos de Grau San Martín y Prio Socarras.
El 22 de diciembre de 1950, el doctor Felipe Pazos – presidente del Banco Nacional de Cuba – le otorgó a don Amadeo Barletta Barletta la licencia No. 62, para convertir al Banco Internacional de La Habana en el Banco Atlántico S. A., para el lavado de dinero.
El Imperio habanero funcionaba como si se tratara de una gigantesca corporación, con sus múltiples departamentos especializados; esto difería mucho de los tradicionales métodos con que la mafia siciliana había iniciado sus actividades en América.
En la capital se radicaron además los hermanos Josef (Joe) y Charlie Sileci, Santo Trafficante (padre) y el mismísimo Meyer Lansky, seguido por un destacamento numeroso de gangsters italo-norteamericanos, y entre ellos figuras de Hollywood.
Allá se instalaron Tony Martín, Donald O’Connor, Frank Sinatra y George Raft, y un selecto grupo de hombres de negocios norteamericanos, poseedores de muchas relaciones y grandes influencias políticas que incluían a la propia Casa Blanca.
De igual manera, vivía en la capital cubana Nick di Constance, en realidad Nicholas di Constanzo, hombre extraordinariamente temido, conocido como Fat Butcher (El Carnicero), quien muy pronto asumió el control de todos los casinos de La Habana.
A este hombre que medía casi dos metros de estatura, en algunas circunstancias, lo vieron en el Hotel Capri o en el Riviera, suspender a un hombre por la solapa del saco, con una sola mano, para luego estrellarlo bruscamente contra la pared.
La conferencia de La Habana de 1946 fue un histórico encuentro de mafiosos estadounidense, del Sindicato del crimen judío y líderes de La Cosa Nostra, que recrea la segunda parte de la película El Padrino estrenada en 1974.
Pero los sueños de la mafia norteamericana y sus compinches en la cúpula gobernante, chocaron con los de Fidel Castro, líder de una insurrección armada contra Batista, quien en 1959 huyó del país y así todo terminó para aquellos bandidos.
Fuente: CubaMafia.com/Fotos:Revista Life