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En Prado y Malecón en taparrabos.

Era casado y tenía dos hijas

El habanero Ángel de la Torre quiso vivir al natural tras instalarse como tal cosa en el bosque de La Habana y no demoró en alcanzar celebridad a medida que sus hazañas eran reseñadas por la prensa y seguidas por el público.

Bien pronto ganó el sobrenombre de Tarzán cubano al no rehuir riesgos, a veces con peligro para su vida, pero a diferencia del personaje de Hollywood, que era blanco y lampiño, este tenía barbas y una tez algo amulatada.

Una mañana se tiró desde el llamado puente de la popular calle 23 a las aguas del río Almendares en un clavado perfecto y espectacular que cortó el aliento a los cientos de personas y no pocos periodistas avisados de antemano.

En una ocasión ganó la desembocadura del Almendares y bordeó el litoral hasta situarse a la altura de la fortaleza de La Punta con solo un taparrabos diminuto y aun así desembarcó ante la mirada asombrada de los paseantes.

El policía de recorrido quiso atajarlo en aquel atentado a la moral que entrañaba su desnudez, pero rápido como una gacela, Torrez, se lanzó a la calle y cruzó la avenida del Malecón desafiando los vehículos que circulaban en ambas direcciones.

Ya en el Paseo del Prado, buscó y encontró refugio en la emisora RHC Cadena Azul, donde permaneció escondido hasta que pasó el alboroto y pudo al cabo, luego de una carrera frenética, llegar a su canoa rústica y volver al bosque.

La prensa daba vuelo a sus aventuras y crecía la leyenda del Tarzán cubano que, envalentonado, quiso subir la parada y anunció a todo trapo que en una canoa remaría desde el Almendares hasta Varadero, cuenta Ciro Bianchi

Marineros y expertos consideraron que el cansancio lo vencería y la canoa se estrellaría contra los arrecifes o sería arrastrada mar afuera; otros rieron de las pretensiones de Ángel y los más le vaticinaron el fracaso más rotundo.

Pero el sujeto que había salido de La Habana arropado por el cariño y el aliento de sus ya muy numerosos admiradores, llegó con éxito al famoso balneario coincidiendo con las regatas nacionales de remos que allí tenían lugar.

Se dice que fue el primer cubano que remó 90 millas y poco después, exactamente en julio de 1946, el comodoro del Habana Yacht Club entregaba a Ángel de la Torre una medalla de oro en nombre de la Federación Náutica de Cuba.

Trabajó como profesor de Educación Física en el Instituto de Segunda Enseñanza de Marianao y al emigrar a Estados Unidos vivió en Nueva York y en Chicago, donde falleció y se le vio, en taparrabos, corriendo por las autopistas.

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