En otoño la tierra comienza a enfriarse y los árboles se desprenden de sus hojas que caen al suelo, con la ayuda del fuerte viento de esta época del año. Hoy las hojas forman montones y el aire las levanta en locos remolinos de aquí para allá y es porque estamos en el mes de las hojas, como dice mi vieja amiga Panchita.
Los árboles por esas cosas de la naturaleza necesitan despojarse de las sustancias innecesarias para mantenerse vivos y evitar secarse por completo. A los arbusto del patio vecino ya le queda muy pocos hojas verdes y hasta en la entrada de la casa, en las calles y todas partes hay hojas muertas traídas por la brisa. En los bosques y otras espacios arbolados, como los parques, la hojarasca forma inmensos colchones de la noche a la mañana.
A veces pienso que los árboles como importantes componentes de la vida y del paisaje natural, también lloran y estas hojas amarillentas y amarronadas que ahora el viento arranca de un tirón, no son más que lagrimas. Pero si las hojas no cayeran nuestros árboles, que vienen siendo como los pulmones de la ciudad, moririan sin remedio. Entonces, agradezcamos el otoño a la sabia naturaleza.