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La agresión sonora, contaminada de palabras y gestos obscenos.

Educar a nuestros hijos lejos de la vulgaridad y el atropello musical, de esas fatídicas tendencias

A tomar verdadera conciencia de lo necesario de defender y blindar a la música cubana del mal gusto y las amarras que ello significa, en clara alusión al reguetón, llama un artículo publicado en el periódico Granma.

Y se pregunta el redactor ¿está bien defendida? ¿Qué parte de nuestro pasado musical es de obligada referencia para los jóvenes? ¿Por qué estos miran hacia otros horizontes mientras grandes estrellas miran hacia nosotros?.

El texto se refiere a los espacios públicos del país donde se consume chatarra musical, y la llamada contaminación sonora está de fiesta sin que las instituciones competentes se hagan responsables de una regulación adecuada.

“Por dondequiera que nos movamos encontraremos in extremis la anticanción salida de un falso estudio de grabación ya sea en La Habana o Miami, a todo volumen y con la sonrisa complaciente de quienes se jactan de estar a la moda”.

¿Por qué el arte genuino tiene que sucumbir ante tanta desidia y mal gusto? ¿Por qué descuidamos el entorno sonoro en detrimento del más elemental sentido de pertenencia musical? se cuestiona el autor de la reseña.

“Al final es el público el único perdedor en esta ecuación donde no prima un equilibrio justo, donde se toman decisiones caprichosas sustentadas en el mal gusto o el desconocimiento en un país con tanta historia y presente musical”.

Expone como ejemplo la publicidad de Bajanda en el Acuario Nacional y sentencia “Si lo seguimos haciendo y permitiendo, estaremos condenados a perecer musicalmente hasta el fin de los tiempos, sin derecho de resurrección posible”.

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