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Es la protagonista del proyecto comunitario anual «Fiesta de Elegguá para los niños»

ARCHIVOS PARLANCHINES: La Gitana de La Habana

En este fin de año, nos parece interesante traer a estas páginas a Adelaida Borges, la Gitana de La Habana, como la llaman algunos, una hechicera globalizada y turística que no hace mucho se presentó en el espacio televisivo «Entre amigos», a nombre de varios tipos populares, y dejó bien claro que las tradiciones, el folclor, la sandunga y la irrenunciable cubanía están a salvo en el Casco Histórico capitalino.

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Adelaida nace en 1941, y para su orgullo, tiene una familia muy bien vista por los mosqueteros de la antigua villa: su madre, una mulata cobriza apodada Biki la China, figura entre Las Mulatas de Fuego del cabaret Tropicana, y sus abuelos maternos son nada menos que el percusionista Chano Pozo, de indudables aportes al jazz latino, y Teresa, reina de Los Dandy, una comparsa de arraigo en la población.

Por capricho del padre, no por convicción, se gradúa como licenciada en Historia Universal en la Universidad de La Habana, donde se destaca en la defensa de las antiguas civilizaciones, de lo exótico y lo sobrenatural. Más tarde, trabaja en la secundaria básica José Martí, de la Manzana de Gómez, y les entrega media vida a unos alumnos que nunca olvidarán sus bromas, ironías, vestuarios algo estrafalarios y singular manera de ver la felicidad.

Lo dicho no le impide asistir a los bailables populares de Pancho el Bravo o la Orquesta Maravillas de Florida y participar en las ruedas de casino que se organizan en el Salón Mambí de Tropicana. En estos sitios, y esto es bueno decirlo, sobresale como una joven tumultuaria, sin compromisos ni complejos; como un capricho con la sangre hirviente por la desobediencia.

Ya retirada de la docencia, empieza a frecuentar el Hotel Florida para convertirse, muy pronto, en una azulejeadora con manos febriles, una belleza inmarchitable y enigmáticos ojos, a quien la suerte peregrina pronto sorprenderá. Allí, entre el coqueteo y los desgarros del corazón, conoce al bigotón Wilky Arencibia, el Caballero del Son, y juntos forman una pareja de baile y amoríos que enseguida acapara la atención de todos en el café-taberna Benny Moré y en las principales plazas de la Habana Vieja, donde ambos enseñan a bailar el son, el danzón, el chachachá y el mambo a los amigos de Cuba que arriesgan el pisotón y el sudor del gracejo y la pachanga.

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La Gitana de La Habana y el Caballero del Son fueron incluidos en el libro Para no olvidar, que narra en imágenes el renacer de la Habana Vieja.

Después, el amor comienza a oler a respeto y el gozo se hace polvo. Entonces, ella se sienta en solitario, primero, a un costado de la Basílica Menor del Convento de San Francisco de Asís, y luego al pie de la Catedral de La Habana, para unir sus pretensiones espirituales a la piedra dura y húmeda. Hija de Shangó desde los 14 años, se viste diariamente con los colores de una deidad del templo yoruba y muestra las verdaderas esencias de las religiones afrocubanas. Es —¿cómo no serlo?— una experta en la lectura del tarot, de las cartas españolas y del horóscopo.

«Soy muy feliz: tengo hijos, nietos y bisnietos. La vitalidad y optimismo de mis actos hacen que me vea joven —me comentó hará uno o dos años en Habana Radio—. La Habana Vieja es un mito que camina y siempre va a estar vivo. Los collares y pulsos tienen muchos significados para mí: son mi fuerza. Sin olvidar el tabaco, mis muñecas, como la guerrera Lucía, hija de Oggún, y mi mono-talismán, vengador de agravios. Mis uñas naturales grandes y aretes son infalibles para atrapar a los caminantes.

«Sí… sí… recibo burlas de los insensibles. Una vez, una señora me insinuó: “Usted es payasa, ¿verdad?”. Y yo le respondí: “Bueno, hay que darle un aplauso al payaso, pues divertir es regalar salud”. Ella calló y estornudó un halago».

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Con sus predicciones diarias en la Plaza de la Catedral, esta gitana, siempre polémica, reparte ilusiones y buenos destinos entre los turistas y los cubanos que le meten duro a lo esotérico, aunque, además, es la protagonista del proyecto comunitario anual «Fiesta de Elegguá para los niños», recogido en el libro Patrimonio y ciudadanía, de la Oficina del Historiador de la Ciudad, gracias a sus aportes a la cultura del barrio y al conocimiento que brinda sobre el orisha capaz de abrir o cerrar los caminos de la vida.

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Con el vestuario de Yemayá y Oshun, todos los años la Señora Habana encabeza el cabildo del Día de Reyes a nombre de la Casa de África.

Todos los 6 de enero, el Día de Reyes, la vemos, igualmente, como reina del cabildo que desfila ese día por el Casco Histórico, en recuerdo de las fiestas que vivían los esclavos de la colonia con sus trajes típicos y tambores. «Una vez —le murmuró a un colega de Juventud Rebelde que hizo un reportaje sobre ello y sus compinches— el historiador Eusebio Leal, desde el balcón de su antigua oficina, en la calle Lombillo, nos tiró pétalos de rosa. Fue maravilloso».

Escrito por Orlando Carrió / Especial para CubaSí

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