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Hasta 1958 fue el hombre más rico de la Isla.

Julio Lobo, propietario de 16 centrales azucareros fue el último símbolo del capitalismo cubano(Foto ABC)

El 30 de octubre de 1898, nació en Caracas, Julio Lobo,  “el rey del azúcar”, y a los dos años de edad llegó a Cuba, en compañía de sus padres unos judíos sefarditas, que tras un largo periplo por varios países se asentaron allí.

La familia hace fortuna en la Isla y a Julio, como casi todos los hijos de las personas acomodadas, lo envían a estudiar a Estados Unidos para luego regresa y es cuando comienza a construir su imperio azucarero.

En su libro “Cuba, la lucha por la libertad”, el historiador Hugh Thomas estima que, para 1958, Lobo controlaba casi 405 mil hectáreas en Cuba, una isla estrecha en la que la superficie de cultivo no supera actualmente las 700.000.

Cuba y el azúcar en ese momento eran el equivalente hoy de Arabia Saudita con el petróleo y de los centrales del magnate salían casi cuatro de los seis millones de toneladas de dulce grano que la nación caribeña producía al año.

Desde La Habana, la capital cubana, se controlaban los precios del azúcar en el mercado mundial y detrás estaba Julio Lobo, quien no tardó en extender su influencias, incluso a la banca, la industria naviera y la aeronáutica civil.

El magnate azucarero poseía la mayor fortuna y colección de arte en la isla y lo llamaba el “Napoleón cubano”(Foto Cubadebate)

Según su biógrafo, John Paul Rathbone, una de sus metas era intentar sacar el capital estadounidense del país y para mediados de siglo XX, Lobo era la mayor fortuna de Cuba (algunos la estiman en unos US$4.000 millones actuales).

Era una especie de leyenda para los chismorreos cotidianos y así compró muchos ingenios que eran propiedades de los estadounidenses porque creía que eran los cubanos quienes debían de tener  el control de todo.”

Aunque era un hombre austero, sus viajes al extranjero, sus nuevas adquisiciones o sus amoríos con estrellas de Hollywood (desde Esther Williams hasta Joan Fontaine) era comidilla frecuente de la siempre indiscreta Habana.

Fue dueño de una de las bibliotecas más grandes de Cuba y atesoró, además, la más completa colección de arte napoleónico que existe fuera de Francia, que iba desde una muela hasta un mechón de pelo y un reluciente orinal de Napoleón.

Según varios historiadores, su pinacoteca incluía cuadros de Rafael, Miguel Ángel, Da Vinci y decenas de óleos y grabados de Goya y mandó dinero a la Sierra Maestra, para ayudar a los rebeldes que lideraba Fidel Castro.

En 1946, unos gánsteres le espetaron 3 tiros en circunstancias nunca aclaradas, sin embargo faltaban aún 17 años para que lo perdiera todo y 40 para que su cadáver fuera colocado en una discreta cripta en la catedral de La Almudena, en Madrid.

Pero, según cuentan los que lo conocieron, solía decir que los verdaderos disparos no los había recibido aquella noche, sino otra, varios años después una calurosa madrugada de octubre, la penúltima que pasó en La Habana.

El empresario murió en España el 30 de enero de 1983 y se cuenta que al triunfo de la Revolución de 1959 Ernesto “Che” Guevara le propuso dirigir el sector azucarero a nivel nacional, pero no lo aceptó y marcho a los Estados Unidos.

Cinco años después de salir de Cuba y asentarse en Nueva York, de especular en la bolsa, convertirse en el Rey de Wall Street, de hacer una nueva fortuna y volverla a perder casi completa, Lobo entendió que era tiempo para un nuevo exilio.

En La Habana -y en casi cualquier otra provincia- solo los más viejos recuerdan, a estas alturas, quién fue Julio Lobo y su memoria se desvaneció en el tiempo, como su fortuna, sus cuadros y el viejo pasado de la “isla del azúcar”.

Fuentes: BBC Mundo/El Universal

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