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De un barrio casi marginal habanero a primer bailarín de Royal Ballet de Londres.

Carlos Acosta creció bailando break en las calles de La Habana y soñando con ser futbolista.

Los oropeles del éxito no ocultan la dramática historia de Carlos Acosta, la gran estrella cubana del ballet, narrada con sinceridad y poesía en “Yuli”, una película, presentada en el Festival del Nuevo Cine Latinoamericano de La Habana.

En una narración que toma elementos del documental para articular las tramas, y que inserta una pauta coreográfica casi como historia paralela, pero perfectamente ensamblada al conjunto, se develan claves de un itinerario arduo y duro.

El devenir del bailarín negro, desde su entorno pobre, casi marginal, hasta los grandes teatros del mundo, no es un colchón de flores: tiene más espinas que pétalos y esa es la metáfora de un pueblo que lucha contra las dificultades.

En otro lugar lo más probable es que un niño como el que fue Carlos Acosta no hubiera podido hacer esta espectacular carrera que logra a partir del milagro cubano del ballet… pero que se abran esas puertas no significa que sea fácil franquearla.

Esta es una película sobre el amor y el sacrificio y aunque Yuli llega a convertirse en uno de los más grandes bailarines del mundo, hay heridas que no van a sanar nunca, al decir del protagonista, y es que esta cinta plantea un testimonio doloroso.

Hijo de un camionero de escasa cultura, criado en el barrio Los Pinos, desde muy pequeño sufrió la violencia y la división racial en su propia familia y sabía que por ser negro y pobre tenían que esforzarse y luchar el triple que los demás.

Pero su padre, un hombre de carácter rudo, descendiente de esclavos, intuyó que en aquel medio hostil la danza podía ser la salvación de su muchacho, y le obligó a comenzar la escuela elemental de ballet a los nueve años de edad.

Con 16 años, ganó la medalla de oro en el Grand Prix de Lausanne, a los 18, firmó un contrato como primer bailarín del English National Ballet, luego estuvo como figura principal del Houston Ballet, hasta ingresar en el Royal Ballet de Londres.

Vive con su esposa y sus tres hijas en la capital cubana y allí guarda cientos de fotografías de su vida, desde su primera actuación en el Bolshói, en 1994, cuando interpretó El corsario —“ la primera vez que allí habían visto bailar a un negro”.

Fuentes: CubaSi y El País.

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