Esos festejos tenía mayor significación en el municipio porque se rendía tributo a su santo patrón.
Las fiestas de San Juan, en la víspera de cada 24 de junio, fueron, durante la época colonial y hasta los comienzos del siglo XX, una costumbre de la que los habaneros disfrutaban a plenitud y en Jaruco tenían particular significación.
Días antes de la fecha señalada para homenajear a San Juan Bautista, patrón del municipio, se comenzaban los preparativos de las fiestas, que producían un ambiente de indescriptible alegría entre los lugareños y de otros lugares cercanos.
En vísperas de las verbenas se colocaban pencas de guano amarradas con ariques a los postes de electricidad, así como guirnaldas, carteles, telas desplegadas anunciando los festejos y otros adornos eran una gran escenografía para las celebraciones.
En el constante ajetreo previo al jolgorio llegaban los camiones con carpas y demás artefactos para instalar en la zona del Parque José Martí, entre ellos caballitos, sillas voladoras, la estrella giratoria y los botes para el disfrute de los niños.
Dentro y fuera de las áreas acondicionadas en la zona de festejos se colocaban quioscos para la venta de fiambres y algodón de azúcar y durante la noche todo era iluminado por cientos de pequeños bombillos de una gran variedad y colores.
En un tiempo se hizo habitual que los quioscos para la venta de fiambres que se instalan en el área de festejos representaran a distintas naciones y las muchachas que los atendían se vestían según las costumbres del país representado.
El quiosco que representaba a la mayor Isla del caribe era una casita criolla construida con pencas de guano y yaguas, tablas de palma, así el quiosco chino, el mexicano y otros que respondían a las tradiciones de cada uno de estos países.
En muchos lugares del pueblo a las doce de la noche del día 23, y para esperar el 24, se prendía fuego un muñeco de hecho de trapo y papel, en el contexto de una antiquísima tradición, que era conocida como la quema de las barbas de San Juan.
Así el 24 el despertar con la “diana” comenzaban de las actividades y a la seis de la tarde salía la procesión (aun se realiza) con la imagen del santo patrón, cargada los caballeros católicos, en tanto sonaban las cuatro repiques del campanario de la iglesia.
Después del recorrido por varias calles, al compás de trompetas, saxofones, trombones y clarinetes entre otros instrumentos la comitiva regresaba al templo y gran número de ellos se dirigía al parque para disfrutar de la verbena y sus atracciones.
Las fiestas incluían entre el estruendo de los cohetes voladores, funciones circenses, torneos de cinta, carreras en zanco y saco, juegos de habilidades y un sin número de opciones para divertirse de lo lindo durante la jornada.
Por la noche, los bailables eran amenizados por las más afamadas orquestas de la época y era seguro oír un año u otro, al virtuoso Antonio María Romeú, conocido como el “Mago de las teclas”, arrancar al piano, inolvidables melodías con su bellos danzones.
Fuente: Museo Jaruco/EcuRed/Fotos: Radio Jaruco