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Llegó a la capital con la fachada de comerciante y muy pronto comenzó a ocuparse de los suyo.

El espía nazi Heinz August Kunning, oriundo de la ciudad alemana de Bremen, era graduado de ingeniería

El 9 de diciembre de 1941, Cuba se convirtió en el y único país latinoamericano en entrar en la Segunda Guerra Mundial, a solo dos días del bombardeo japonés a la base militar norteamericana de Pearl Harbor.

Así el gobierno de Fulgencio Batista y Zaldivar, declaraba la guerra a los nipones y dos jornadas después a Alemania y a Italia, y ya para esa fecha el espía Heinz August Kunning, estaba en La Habana haciendo de las suyas.

Bajo la cobertura de un comerciante hondureño y un pasaporte que lo acreditaba como Enrique Augusto Lunin, llegó a esa capital en septiembre de ese año procedente de España a fin de establecerse en la Isla caribeña.

El hombre tenía entonces unos 30 años de edad y fotos suyas que se conservan lo muestran como un tipo ligeramente grueso, de perfil afilado y una cabellera abundante de esas que parecen brotar desde la frente misma.

Entrenado cuidadosamente para su tarea, los que lo conocieron dicen que era una persona fría y de pocas palabras, pero amable y educado, siempre bien vestido y de buenos modales con un perfecto dominio del inglés y el español.

Antes había trabajado en otros países e informado al alto mando berlinés sobre la entrada y salida de buques mercantes y de guerra, así como sobre la situación economía, política y social del lugar donde se encontraba destacado.

Para su labor de inteligencia, Kunning disponía de un potente aparato de radio que le permitía recibir y transmitir mensajes, una antena de doble línea y dos manipuladores telegráficos, y de la llamada tinta de simpática invisible.

Vivía en el número 366 de la calle Teniente Rey, entre Villegas y Aguacate, en La Habana Vieja y abrió en Industria 314 una casa de modas, que le sirvió de fachada para realizar sus actividades de espionaje.

La muerte viaja con pasaporte nazi del periodista Juan Chongo Leyva, narra la historia del connotado agente alemán.

La red de espionaje alemán se extendía por toda la América, incluido Estados Unidos, y es posible que Kunning hiciera contacto con algún agente destacado en la embajada de Alemania, en el barrio residencial del Vedado.

Muchas de las informaciones le cayeron en las manos con una facilidad pasmosa y se las suministraban marineros, obreros portuarios y prostitutas a los que, entre trago y trago, se las arreglaba para tirarles de la lengua.

La información suministrada por Kunning desde la mayor de las Antillas dio por resultado el hundimiento de varios de nuestros barcos con la muerte de decenas de personas y la  destrucción de casi la totalidad de la flota mercante cubana.

Pero Los servicios de contrainteligencia norteamericano y británico establecieron en las Bermudas una oficina que filtraba la correspondencia que salía desde América hacia otros continentes y ese fue el fin del espía nazi.

Una carta remitida en La Habana y dirigida a un connotado falangista español, llamó la atención del personal de esa entidad que ni cortos ni peresos abrieron el sobre y el análisis del papel reveló un mensaje en clave escrito con tinta invisible.

Fue entonces que a la sede del Servicio de Investigaciones de Actividades Enemigas (SIAE), llegaron oficiales norteamericanos y británicos que revisaban la correspondencia en busca del citado texto enviados a Alemania hitleriana.

Un avión equipado para detectar ondas radiales en clave y precisar su procedencia, comenzó a sobrevolar La Habana hasta que se concluyó que la señal se emitía en una zona comprendida entre la calle Belascoaín y el puerto.

Entonces el cabo Pedro Luis Gutiérrez, un comunista infiltrado en el SIAE, encontró en la sucursal del Banco de Boston, ubicado en la capitalina zona de Cuatro Caminos, una tarjeta firmada que daba cuenta de un dinero recibido.

Cuando lo detuvieron se practicó un registro en su habitación, donde se detectaron numerosas pruebas presentadas durante el proceso judicial contra el espía que se declaró culpable y generó gran expectación en Cuba.

El 10 de noviembre de 1942 Heinz August Kunning o Enrique Augusto Lunin fue ejecutado en el Castillo del Príncipe y dicen que no profirió una sola palabra ni pareció impresionarse al escuchar las voces de mando, consigna La Jiribilla.

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