Ella desafió todas la convenciones de su tiempo y enfrentó el escándalo social.
La pasión intensa y a primera vista entre la linda criolla Catalina Lasa, conocida como “La maga halagadora” y Juan Pedro Baró, miembros de la alta sociedad de la capital cubana. nació un día del lejano 1905, pero no todo fue color de rosa.
Aquel amor limpio y sin fronteras, rodó cuesta abajo al extremo de convertirse en un escándalo, ante los prejuicios y tabúes de aquellos tiempos y los obligó a tomar decisiones audaces para enfrentar un único y gran inconveniente.
La joven ganadora de concursos de belleza, muy admirada por sus grandes ojos azules, estaba casada desde 1898 con Luis Estévez Abreu, y como en Cuba la Ley del Divorcio no existía, se atrevió a pedir a su esposo la separación, pero sin éxito.
Este hombre era hijo de la patriota Marta Abreu y Luis Estévez Romero, primer vicepresidente de la República de Cuba y de esa unión nacieron tres hijos pero ella jamás renunció a ser el centro de atención en bailes de la alta sociedad.
Catalina desafió todas la convenciones de su tiempo y la prensa de la época, entre ellos el famoso periódico “El fígaro”, se ensañó con los amantes; y se abrió un expediente judicial contra ella y se dictó una orden de captura por el delito de bigamia.
Entonces se refugiaron secretamente en París, la capital francesa y según un artículo de La Jiribilla, la leyenda aduce que llegaron hasta Roma, donde consiguieron entrevistarse con el Papa, y el Pontífice anuló el matrimonio religioso e infeliz.
Se dice también que el presidente de la isla en aquella etapa Mario García Menocal aprobó en 1917 la Ley de Divorcio en Cuba y ese mismo año se registró la separación de Catalina de su primer cónyuge, casi estrenando la nueva disposición.
Baró mandó a erigir para su amada un palacete de impresionante arquitectura, para cuya edificación, se trajo arena del Nilo, mármol de Carrara, vitrales emplomados, cristal Lalique, en fin, todos los lujos y confort que merecía la mujer de su vida.
La ejecución del edificio, que hoy es la sede de la “Casa de la Amistad”, corrió a cargo de la constructora estadounidense Purdi and Anderson y la decoración de los salones principales estuvo en manos de la parisina compañía Dominique.
La mansión, ubicada en 15 y Avenida Paseo, en la barriada capitalina de El Vedado, abrió sus puertas con bombo y platillos en 1926, pero se suele decir que la felicidad nunca es completa y ya enferma, Catalina murió cuatro años después.
Su esposo quiso regalarle un panteón para su descanso eterno, de tanta majestuosidad, lujo y fineza, que quien pasara por su frente, en la avenida central de la necrópolis de Colón, se veía obligado a detener la marcha para admirarlo.
Su cadáver fue sometido a un proceso de embalsamamiento y trasladado a Cuba desde Francia a donde se había trasladado para recibir tratamiento; mientras el mausoleo que albergaría para siempre sus restos mortales costó medio millón de pesos.
En 1940 murió Juan Pedro y tras sellarse la tumba comenzaron a tejerse nuevas anécdotas, una de las cuales asegura que el cuerpo del hombre fue sepultado de pie, para poder observar y velar por el descanso de su bella amada.
Mito o realidad conmueve la entrega de la popular pareja, una de las tantas encantadoras historias de amor que seguramente guarda celosa entre sus muros, esquinas y calles La Habana, esa señora elegante y soñadora, que a sus 500 va por más.
Fuente:ACN/Fotos:R.Enciclopedia/Pinterest/TheCubanHistory